No sabría muy bien cómo describir lo que me pareció la
película. Quizá podría decir que me pareció muy insulsa y vacía, es decir, no
es que crea que sea una mala película sino que salí del cine igual que entré,
no me aportó nada. De las poquitas cosas que salvaría serían algunos efectos
especiales, los mínimos que se pueden pedir a una película de este tipo, una
buena fotografía, unas actuaciones decentes y la historia, que aún siendo
totalmente distinta a todo lo que nos habían contado sobre Drácula, no me
desagradó.
La película nos presenta a un Drácula distinto al que
conocíamos. Durante el tiempo en que el imperio otomano conquistaba territorios
éste reclutaba niños rumanos para convertirlos en soldados. Uno de estos niños
era Vlad Tepes (Luke Evans) y llegó a ser el guerrero más temido de todo el
imperio. Tras años de lucha Vlad decide dejar los campos de batalla
convirtiéndose así en príncipe de Rumanía. Vive en paz junto a su esposa Mirena
(Sarah Gadon) y su hijo hasta que el sultán del imperio, el que antaño fuera su
amigo, Mehmed II (Dominic Cooper) le pide entregar a mil niños para ser
reclutados, entre ellos su hijo. Vlad se niega y ello conlleva a romper la paz
y la tranquilidad y a tener que enfrentarse contra el imperio.